II.1. El tránsito gradual hacia una nueva condición
«Escúchame, magnífica reina del mundo convertido en tu dominio – Roma – cuyo astro brilla entre mis estrellas; escúchame, madre de los hombres, madre de los dioses, tus templos nos acercan al cielo. Te canto y te cantaré siempre, mientras el destino me lo permita; solo la muerte puede borrar tu memoria. ¡Sí, preferiría ignorar la luz del día antes que reprimir en mi corazón la adoración que te debo! Tus bendiciones se extienden tan lejos como los rayos del sol, hasta los límites de la tierra, estrechados por el cinturón del Océano. Es por ti que rueda Phebus, cuya carrera abraza el universo; sus corceles se acuestan y se levantan en tus territorios. Las brillantes arenas de Libia no pudieron detenerte; en vano se te opuso el oso con sus murallas de hielo. Hasta donde el vecindario de los polos permite al hombre vivir, hasta ahí tu valor se ha abierto paso. Para las diversas naciones has hecho una sola patria; los pueblos que ignoraban la justicia han ganado al ser sometidos por tus brazos; y, al pedir a los vencidos que compartan tus derechos, has hecho del universo una sola ciudad».
Claudio Rutilio Namaciano, Acerca de su regreso
«Y tú, cuyos triunfos abrazan y civilizan al mundo entero, tú que haces del universo una vasta sociedad; eres tú, diosa, a quien celebran todos los pueblos que se han convertido en Romanos; todos llevan una cabeza independiente bajo tu pacífico yugo. Las estrellas, en su invariable y eterna carrera, nunca vieron un imperio más magnífico. ¿Qué imperio, de hecho, se puede comparar con el tuyo? [...]. Contar tus glorias, atestiguadas por tantos trofeos, sería como querer numerar las estrellas. Tus templos resplandecientes deslumbran nuestros ojos asombrados: tal debe ser la morada misma de los dioses. ¿Qué decir de esos arroyos que bóvedas suspenden en el aire a una altura a la cual Iris apenas levantaría un arco cargado de lluvia por la noche? Uno creería ver en estos monumentos montañas apiladas hasta el cielo por mano de estos gigantes cuyas obras se exaltan en Grecia. Apartados de su curso, los ríos se encierran entre tus muros; sus termas colocadas en la parte superior de los edificios agotan lagos enteros. También ves aguas vivas que circulan por tu recinto, nacidas del suelo mismo de la ciudad y que resuenan por todos lados. La frescura que esparcen templa los cálidos vapores del verano y uno puede calmar la sed con seguridad en sus límpidas olas».
Claudio Rutilio Namaciano, Acerca de su regreso
A partir del VI siglo d.C., el área del Foro y del Coliseo, junto con las colinas más lejanas del Tíber, son abandonadas por la falta de abastecimiento hídrico.La población se establece en las márgenes del río, en donde irán surgiendo actividades artesanales que aprovechan la corriente fluvial para accionar molinos y otras máquinas pre-industriales.
Roma antigua
Giacomo Lauro
Aguafuerte, 1612
Colección particular
«En la ciudad se ha desterrado el paganismo en soledad y en silencio: los que fueron dioses de las naciones, ahora permanecen con los búhos y las lechuzas en las cornisas desiertas de los edificios. La cruz brilla en los estandartes de los soldados; y la púrpura de los reyes y las diademas con joyas adornan el signo de ese tormento que salvó al mundo».
San Jerónimo, Epístola CVII, ad Laetam de institutione filiæ
«Inmerso en la miseria está el dorado Capitolio. Todos los templos de Roma se hallan ennegrecidos por el hollín y la araña teje sus telas bajo sus bóvedas. Toda la ciudad está en movimiento, la gente pasa apresuradamente por los templos semi derrumbados y se dirige hacia las tumbas de los mártires. Aquel a quien el intelecto no conduce a la fe, es impulsado por una especie de vergüenza».
San Jerónimo, Adversus Jovinianum
«Levantando su cima, por encima de los rostrales, el palacio real ve a su alrededor un millar de santuarios, está rodeada por mil dioses vigilantes. Es hermoso distinguir, bajo el techo del [templo de Júpiter] atronador, los Gigantes aferrados al acantilado Tarpeya, las puertas cinceladas, las estatuas que parecen volar entre las nubes, el cielo densamente poblado de numerosos templos, los bronces que adornan las columnas rostrales, los palacios sostenidos por enormes cimientos – en donde el efecto de la naturaleza se suma al efecto de la mano – y los innumerables arcos, resplandecientes de trofeos. El ojo se asombra ante el resplandor del bronce, está cegado por la profusión de oro que brilla por doquier».
Claudio Claudiano, El sexto consulado de Honorio
La metáfora de la cristianización de los monumentos paganos se representa en muchas obras pictóricas, sobre todo a partir del siglo XV: la escena del nacimiento de Cristo se ambienta precisamente frente a edificios antiguos en ruinas.
Adoración del Niño
Francesco di Giorgio Martini
Óleo sobre madera, 1490 ca.
Iglesia de Santo Domingo, Siena
Durante las etapas tempranas de la Edad Media se consolida el culto de los mártires: las iglesias a ellos dedicados surgen dentro de los edificios de la época imperial; pero también reutilizan sus materiales para
edificar nuevas capillas.
Adoración de la Virgen y el Niño con cuatro vírgenes mártires:
Santa Catalina, Santa Martina, Santa Dorotea y Santa Inés
Pietro Berettini da Cortona (at.)
Primera mitad del siglo XVII
Colección Cellini
La supuesta Donación de Constantino, al papa Silvestre I, fechada 30 marzo 315 (y más tarde comprobada como documento apócrifo), establecía una serie de prerrogativas en favor del papado:
- Supremacía (principatum) del obispo de Roma sobre las iglesias patriarcales de oriente
(Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén);
- Soberanía del pontífice sobre todos
los sacerdotes del mundo;
- Designación de la basílica lateranense
como «caput et vertex» de todas las iglesias;
- Superioridad del poder papal sobre el poder imperial.
En la capilla de San Silvestre, de la iglesia de los Cuatro Santos Coronados, un ciclo de pintura al fresco, realizado en el siglo XIII, representa la historia del papa Silvestre I y del emperador Constantino I: las escenas muestran, entre otros hechos, el bautismo del emperador, que lo recupera de la lepra, como se narra en los Actus Silvestri, así como el acto de sumisión del emperador al papado.
Escenas de la vida del papa Silvestre I
Pintura al fresco, mediados del siglo XIII
Capilla de San Silvestre, Iglesia de los
Cuatro Santos Coronados, Roma
II.2. La cristianización de la ciudad pagana
«En el decimoquinto año del rey Childeberto, nuestro diácono Gregorio que regresaba de la ciudad de Roma con reliquias de santos, relató que, en el noveno mes del año anterior, el río Tíber había cubierto la ciudad de Roma con tal inundación, que los edificios antiguos habían sido derribados y los graneros del Estado arrasados; se perdieron varios miles de fanegas de grano. También sucedió que una multitud de serpientes, y un gran dragón como una gran viga, descendieron al mar, arrastrados por las aguas del río; pero estos animales, asfixiados en las tempestuosas olas del mar salado, fueron arrojados a la orilla».
Gregoire de Tours, Historia de los Francos (libro X)
«Ahora os pregunto: ¿qué cosa puede ya atraernos a este mundo? Dondequiera vemos luto duelo, donde sea oímos gemidos. Destruidas las ciudades, demolidas las fortalezas, devastado el campo, la tierra ha quedado convertida en un desierto. No queda ya nadie para cultivar los campos, casi no hay habitantes en las ciudades; y, sin embargo, incluso estos pequeños restos del género humano son golpeados continuamente todos los días […]. Vemos a algunos deportados como esclavos, algunos mutilados, otros asesinados. Entonces, ¿qué puede atraernos a esta vida […]? Si todavía amamos un mundo así, significa que ya no amamos las alegrías, sino los dolores. Vemos cómo ha quedado la misma Roma, que en otros tiempos pareció gobernar el mundo. Aplastada de tantas maneras por el inmenso dolor, por la desolación de los ciudadanos, por el ataque de los enemigos, por las continuas destrucciones […].Y a pesar de ello, los que hemos quedado, y no somos pocos, estamos continuamente oprimidos cada día por la espada y por innumerables tribulaciones. Falta el Senado, la gente ha desaparecido y todos los días escuchamos los gemidos de los supervivientes golpeados por tormentos inhumanos. ¡Roma, ahora vacía, está en llamas! Pero, ¿dónde están los que una vez se regocijaban en su gloria? ¿Dónde está su fastuosidad? ¿Dónde está su orgullo? ¿Dónde está su alegría perene e inmoderada? Roma, que ha perdido a su gente, se vuelve cada vez más calva como un águila que ha perdido sus plumas. También han caído las plumas con las que solía volar sobre sus presas, porque todos sus poderosos, con los que saqueaba los bienes ajenos, han desaparecido».
Gregorio Magno, Homilías
Alrededor del siglo VIII, la celda del templo de Antonino y Faustina se adaptó para albergar la iglesia de San Lorenzo en Miranda. Ello permitió que la columnata del pronaos se conservara casi sin modificaciones.
Templo de Antonino y Faustina
Antonio Canal, llamado Canaletto
Óleo sobre lienzo, 1740 ca.
Royal Collection Trust, London
©Her Majesty Queen Elizabeth II 2021
Hasta por lo menos el siglo XIX, al área del Foro se le denominaba Campo vacuno ya que era el lugar en donde los rebaños de ovejas y el ganado vacuno pastaban libremente.
Vista del Campo vacuno (Foro romano)
Claude Gellée llamado Claude Le Lorrain
Óleo sobre lienzo, 1636
Musée du Louvre, Paris
©RMN-Grand Palais (Musée du Louvre)
Foto: Tony Querrec
Durante todo el Medioevo numerosos restos de construcciones antiguas fueron reutilizados con nuevas funciones: las grandes bañeras de pórfido de las termas encontraron un nuevo uso como fuentes públicas.
Una fuente romana con una mujer recogiendo agua
Hubert Robert
Acuarela y lápiz sobre papel, 1792
©Städel Museum, Frankfurt am Main
El templo Redondo, hoy identificado como de Hércules vencedor y atribuido al arquitecto griego Hermodoro di Salamina, fue realizado en el siglo II a.C. A partir del siglo XII, albergó en su celda la pequeña capilla dedicada a San Esteban de las Carrozas y desde mediados del siglo XVI, y antes de ser abandonado definitivamente, a Santa María del Sol.
Vista del Templo de Cibeles en la Plaza
de la Boca de la Verdad
Giovan Battista Piranesi
Aguafuerte, 1758 ca.
Colección particular, Roma
Erigido en el siglo I a.C., el templo de Portunus – dios del puerto fluvial – por mucho tiempo se creyó dedicado a la Fortuna viril.
En el siglo IX se convirtió en una iglesia dedicada a Santa María Egipcíaca.
Vista del Templo della Fortuna Viril
Giovan Battista Piranesi
Aguafuerte, 1758 ca.
©Accademia Nazionale di San Luca, Roma
Realizada enteramente con materiales antiguos recuperados en las áreas aledañas del Foro Boario y el Foro Romano, la casa de la familia Crescenzi fue edificada entre 1040 y 1065. En su fachada muestra una epígrafe con el siguiente texto:
«† Nicolás, a quien pertenece esta casa, no ignoraba que la gloria del mundo no tiene importancia en sí misma; no fue la vanagloria lo que lo impulsó a construir esta casa, sino a renovar el antiguo decoro de Roma † En las casas hermosas recuerda los sepulcros y asegúrate de no quedarte mucho tiempo allí, la muerte llega con alas y para nadie la vida es eterna; nuestra estadía es corta y su recorrido es ligero. Si huyeras del viento, si cerraras cien puertas o capitanearas mil guardias, no te acostarías sin morir. Si te encierras en un castillo cerca de las estrellas, allí es donde ella suele tomar a quien quiere. † Así surge esta casa sublime, cuya estructura el gran Niccolò, primero entre los primeros, construyó desde los cimientos para renovar el decoro de sus padres, Crescenzio, su padre, y Theodora, su madre. † El padre construyó este ilustre edificio dedicado a su estimado hijo David ».
Vista de la Casa de Nicolò di Rienzo construida con fragmentos recuperados de edificios antiguos
Giovan Battista Piranesi
Aguafuerte, 1756
Colección particular, Roma
En el año 608 el emperador bizantino Focas donó el edificio al papa Bonifacio IV, que lo transformó en iglesia cristiana. Ello ha sido la razón por la cual el edificio se ha conservado de manera admirable, sin apenas cambios en su estructura.
Vista interior del Panteón llamado la Redonda
Giovan Battista Piranesi
Aguafuerte, 1743-1747
Colección particular, Roma
De todos los edificios de la época imperial, el Coliseo es probablemente uno de los últimos que fue cristianizado: en ocasión del Jubileo de 1750, el papa Benedicto XIV ordenó la realización de las catorce estaciones del Via Crucis alrededor de la arena.
Con esta medida, se puso fin al saqueo y expolio de material del edificio.
Vista del Anfiteatro Flavio conocido como el Coliseo
Giovan Battista Piranesi
Aguafuerte, 1776
Colección particular, Roma
I.3. Itinerarios, Mirabilia Urbis Romæ y cartografía:
las representaciones de la ciudad
«No mucho después de esto,
Que el mundo se redujo a la paz,
Y fue digno de que Cristo naciera.
Y este fue el momento en que realmente
Puedo decir que estuve en lo más alto
Y que vi mi estado menos falaz.
Porque no había tanta tierra conocida
Como la que cubre la sombra de un olmo,
Que yo no subyugase,
Piensa si lamento recordarlo ahora.
Me rogaste que te contara
Qué doncella era y con quién crecí
Y cuán pobre vine a mostrarme.
No puedo evitar que me lastime,
Cuando recuerdo ese momento feliz
Donde el cielo satisfizo todos mis deseos.
Antes te hablé del Ave fénix,
Que hermosa es y está sola entre nosotros,
Y por encima de cualquier otro pájaro se dice valer.
Deseo, hijo, que te fijes en la palabra:
Bella fui la única mujer del mundo,
Y ahora soy menos que en la A B la A sola.
Por ello, si a menudo me confundo en lágrimas,
No es de extrañar, si miras bien
Cómo de tanto honor hoy estoy en el fondo».
Fazio degli Uberti, Dittamondo
En la representación de Fazio degli Uberti, Roma aparece como una mujer anciana y enferma, deteriorada por el paso del tiempo. Narrando su vida al autor del relato, su figura está rodeada por los más importantes monumentos: el Coliseo, el Panteón de Agripa, las Murallas de Aureliano, el Castillo de San Ángel y la basílica de San Pedro,
la basílica de San Juan de Letrán, entre otros.
Roma en el Dittamondo
Manuscrito de Fazio degli Uberti
Mediados del siglo XIV
Source Gallica.bnf.fr/Bibliothèque
nationale de France
«Deambulábamos solos por Roma. Tú conoces mi costumbre peripatética y cuánto se adapta a mi naturaleza y a mis inclinaciones [...]. Procedo. Solíamos vagar juntos por esta gran ciudad que, si bien por su inmensidad parecería vacía, contó con una gran población. No solo en la ciudad, sino también en sus alrededores, vagábamos y a cada paso había algo que nos emocionaba [...].
Pero a dónde voy ¿Puedo en ese pequeño papel describirte Roma? Y, en verdad, incluso si pudiera, no debería; tú conoces todas estas cosas, no porque seas ciudadano romano, sino porque desde tu juventud fuiste muy curiosos, especialmente en relación con estos asuntos.
Hoy, ¿quién ignora más las cosas romanas que los mismos ciudadanos romanos? Con certeza digo: en ninguna parte Roma es menos conocida de lo que es en Roma.
No solo lamento la ignorancia – y sin embargo ¿Qué es peor que la ignorancia? – sino la huida y el destierro de muchas virtudes. Porque ¿quién puede dudar de que Roma resucitaría inmediatamente si comenzara a conocerse a sí misma? Pero este lamento lo dejo para otra ocasión.
Solíamos parar con frecuencia en las termas de Diocleciano tras el cansancio que provocaban nuestros paseos por la inmensa ciudad y muchas veces subimos al techo de ese edificio, antiguamente una casa, porque solo allí podíamos disfrutar del aire puro, de la vista despejada y de la deseada soledad. No hablábamos allí de negocios, de problemas domésticos o públicos, de los que ya nos habíamos previamente liberado. Y así, como en nuestros paseos por la ciudad derruida, también allí, sentados teníamos bajo nuestros ojos los fragmentos de las ruinas. ¿Qué queda por decir? Hablábamos largamente sobre la historia, que parecíamos tener dividida de tal manera que tú eras el especialista en la parte moderna y yo en la antigua, siendo que por antigua entendíamos la época que precede el culto y la adoración del nombre de Cristo en Roma y, por moderna, el periodo sucesivo hasta nuestros días».
Francesco Petrarca, Carta a Giovanni Colonna di San Vito
La vista de Taddeo di Bartolo muestra una selección de los edificios más significativos de Roma, atribuyendo igual jerarquía a los de la época romana o de épocas posteriores: se reconocen el Coliseo, las basílicas de San Pedro y de San Juan de Letrán, pero también los acueductos, el Panteón, las columnas de Trajano y Marco Aurelio,
las termas, además de las Murallas de Aureliano con sus puertas y el río Tíber con la Isla Tiberina.
Roma
Taddeo di Bartolo
Pintura al fresco, 1414
Palacio público de Siena, Siena